La edición de una obra como ésta, concebida desde el principio como un recuento histórico de las principales tareas emprendidas por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) desde su fundación y de los retos que enfrenta hacia el futuro, adquiere singular importancia, pues ocurre cuando la institución cumple las primeras ocho décadas de su fructífera existencia y cuando se avizoran en el país importantes transformaciones que suponen el replanteamiento de las bases de sustentación del desarrollo nacional.
En la factura de cada uno de los capítulos participaron distinguidos investigadores y especialistas, todos ellos expertos en los temas que se les solicitaron, lo que nos permite, a partir de la propia experiencia, presentar algunas reflexiones con la idea de contribuir a la comprensión de la obra que el lector tiene en sus manos.
Ochenta años de un proceso complejo y creativo han transcurrido desde que el INAH asumió la misión de investigar, conservar y difundir el inmenso patrimonio arqueológico, histórico y antropológico de la nación (encomienda que más tarde se extendería a los bienes paleontológicos), lo que incluye un inmenso acervo de bienes, lugares, valores, saberes y referentes simbólicos; así como la tarea de formar profesionales en las materias de su competencia: la antropología, la historia y el patrimonio cultural.
Con ello, el Instituto contribuye al fortalecimiento de la identidad nacional, a la construcción de un sentido de pertenencia, al reconocimiento de un origen y una memoria compartidos, haciendo más aprehensible el relato de nuestra historia, la comprensión de nuestro presente y la dilucidación de nuestros anhelos de futuro.
El INAH, primera institución en la que se materializó y dinamizó una política cultural de Estado, con un marco legal específico y una dimensión nacional, nació por decreto del presidente Lázaro Cárdenas, el 3 de febrero de 1939. La Ley Orgánica que le dio origen lo definió como una dependencia de la Secretaría de Educación Pública, de interés público y de alcance nacional, con personalidad jurídica y patrimonio propio, y fincó las bases para que la nueva institución fuese autoridad en la aplicación de la legislación en materia de monumentos arqueológicos e históricos y uno de los mayores centros de investigación y de educación superior del país en el ámbito de las ciencias sociales.
El Instituto cuenta en la actualidad con 880 profesores investigadores de tiempo completo; más de 200 arquitectos especialistas en conservación y restauración del patrimonio edificado; 180 conservadores restauradores de bienes muebles y asociados a inmuebles; decenas de museógrafos, diseñadores, montajistas y promotores educativos; 2,690 trabajadores técnico-profesionales de base, y 1,550 trabajadores eventuales, que día con día aportan sus capacidades y esfuerzos para sacar adelante la tarea institucional. Cada año, el INAH lleva a cabo más de 1,600 proyectos de conservación, investigación y difusión, en las distintas disciplinas de su competencia. Hablamos entonces de un gran centro de investigación científica y aplicada en historia, ciencias antropológicas y disciplinas vinculadas al cuidado y la divulgación del patrimonio cultural.
El INAH cuenta con una extensa red de 160 museos nacionales, metropolitanos, regionales, locales, de sitio y de sitio arqueológico, la mayor del continente americano y una de las principales del mundo. Ello sin considerar decenas de museos comunitarios, municipales y locales que, sin pertenecer al INAH, reciben asesoría, orientación y apoyo del Instituto, e incluyen colecciones registradas por éste.
El acervo de bienes bajo nuestra responsabilidad es inmenso. A la fecha, el INAH tiene más de 58,000 registros de lugares con presencia de vestigios arqueológicos o de interés paleontológico, así como más de dos millones de bienes muebles arqueológicos inscritos en el Registro Público de Monumentos. Tenemos catalogado un universo cercano a 110,000 edificios históricos, incluyendo templos, conventos, capillas, haciendas, acueductos, fuertes, presidios, fábricas, construcciones civiles y militares, así como arquitectura vernácula.
El INAH cuenta con 66 bibliotecas, entre las que destaca la Nacional de Antropología e Historia, en Chapultepec, que custodia un valiosísimo conjunto de 60,000 libros, códices prehispánicos y virreinales, manuscritos y cartografía histórica. La Fototeca Nacional, en Pachuca, que resguarda casi un millón de imágenes analógicas, constituye el eje articulador del Sistema Nacional de Fototecas. Por su parte, la Fonoteca del INAH cuenta con más de 18,000 registros sonoros que refieren a estudios lingüísticos, historia oral y etnomusicología. El valor de nuestras ceramotecas, distribuidas en todo el país, es inconmensurable, lo mismo que el de nuestros acervos osteológicos, entre los que destaca la gran osteoteca de la Dirección de Antropología Física.
Para atender y proteger el patrimonio cultural, en cada estado de la República existe un Centro INAH; y para sustentar técnica y científicamente sus determinaciones, el Instituto se apoya en un conjunto de consejos de área o de especialidad, que operan como organismos colegiados de carácter consultivo, del más alto nivel, que marcan las pautas a seguir en las intervenciones y actos de autoridad en materia de protección técnica y legal de monumentos y zonas de monumentos arqueológicos, históricos y de interés paleontológico. El INAH cataloga y registra monumentos, zonas de monumentos, acervos y colecciones, sustento obligado de cualquier acción legal; supervisa, inspecciona y dictamina proyectos; realiza salvamentos arqueológicos, peritajes antropológicos y técnicos, y ofrece a ciudadanos, comunidades, asociaciones y municipios asesoría y orientación especializada a lo largo y ancho del país.
En su devenir, el INAH ha acompañado fenómenos sociales, políticos, económicos y demográficos que plantearon profundos y cambiantes desafíos para la comprensión, la recuperación, la defensa, la conservación y el uso social del patrimonio cultural. El INAH acompañó el tránsito de un país rural, en 1939, al país predominantemente urbano que somos ahora; de una economía agrícola y primaria exportadora, a una preponderantemente industrial y de servicios; de un régimen corporativo y de partido de Estado, a uno de alternancia pluripartidista y de comicios inciertos y competidos.
El INAH tuvo que hacerse cargo de procurar la defensa, el cuidado, el rescate y salvamento del patrimonio arqueológico, histórico y etnográfico, ante las grandes obras de infraestructura carretera, portuaria, aeroportuaria, ferroviaria, industrial y urbanística, así como los grandes proyectos energéticos, hidráulicos, industriales o mineros; el INAH ha estado presente para dar cuenta de los problemas de la tenencia de la tierra, del desarrollo de movimientos sociales de toda índole, así como de la emergencia de nuevos actores políticos y sociales.
El Instituto ha procurado contrarrestar los daños ocasionados al patrimonio cultural, en virtud del anárquico crecimiento urbano, producto de la intensa migración rural-urbana en los últimos 80 años, así como de las catástrofes naturales, como los sismos del 7 y el 19 de septiembre de 2017, que provocaron daños a 2,340 inmuebles arqueológicos e históricos, y a varios miles de bienes muebles asociados a éstos, en 11 entidades de la República. Y gracias a la participación de las comunidades, así como innumerables instancias de gobierno, fundaciones, asociaciones, empresas y especialistas, bajo la coordinación y conducción del INAH y de la Secretaría de Cultura federal, podemos afirmar que, para finales de mayo de 2019 teníamos restaurados ya más de 830 inmuebles, lo que representa 35% del universo de daños ocasionados por los sismos.
En el plano internacional, el Instituto mantiene vínculos con múltiples organismos multilaterales, instituciones culturales, universidades y gobiernos en todo el mundo. A la fecha, están vigentes 82 convenios de intercambio y cooperación cultural, y de protección y restitución de bienes con diversas instituciones y gobiernos de otros países, así como 15 convenciones multilaterales que comprometen a México y en las que el INAH interviene. Su complejo institucional y normativo cobija una enorme variedad de acciones, que van desde el intercambio de experiencias y exposiciones, hasta la docencia y la investigación. Hoy podemos hablar de centenares de vínculos de investigadores del INAH, en diversos ámbitos, que incluyen además intercambios con países de América y el Caribe, amén de las exposiciones en las que el INAH participa o prepara para llevar al exterior.
Con 35 bienes inscritos en la Lista Representativa del Patrimonio Mundial, Cultural y Natural, de la UNESCO, México es el primer país de América y el sexto a nivel mundial con el mayor número de sitios reconocidos en dicha lista de privilegio. Nuestro país cuenta también con nueve expresiones inscritas en la Lista Representativa y una en la de Buenas Prácticas del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. En el programa Memoria del Mundo, que salvaguarda el patrimonio documental de la humanidad, sumamos 13 inscripciones, y somos el país latinoamericano con más registros. Somos conocidos en el mundo, en gran medida, por la presencia sistemática del INAH en los foros académicos y culturales de toda índole, impulsando el pensamiento crítico, la apertura de miras, el diálogo intercultural, la universalidad del conocimiento y la fraternidad entre pueblos, naciones y culturas.
Resulta imposible formular un reconocimiento medianamente justo para las múltiples generaciones que han dedicado sus vidas al Instituto, y que dejaron huella en las numerosas disciplinas de su competencia, pues el listado sería interminable.
Mexicanos universales, extranjeros mexicanizados; mujeres y hombres talentosos, dedicados y críticos; todos enamorados de la cultura, la historia, la arqueología, la arquitectura, la diversidad, la sensibilidad, el arte, el pasado y el futuro de esta nación, con quienes estaremos eternamente agradecidos por su amor al país, su compromiso intelectual, su ética, su entrega y su genio, en el afán de desvelar ese laberíntico y heterogéneo entramado llamado México: sus logros son ya universales. A todos ellos nuestro reconocimiento y un sentido homenaje.
En el INAH se materializó el compromiso del Estado mexicano para la preservación de ciertos bienes que, desde el siglo XVIII, fueron considerados la plataforma tangible para rescatar la memoria prehispánica como elemento esencial de la identidad nacional, construir una idea de nación y convertirla en bastión de la soberanía frente a la metrópoli colonial.
Esa conciencia histórica y antropológica es apreciable en los escritos de brillantes intelectuales, científicos y políticos, como Carlos de Sigüenza y Góngora, el jesuita criollo Francisco Xavier Clavijero o el legendario fray Servando Teresa de Mier, pero también el constituyente independentista Carlos María de Bustamante o José María Morelos, generalísimo de las Américas, por nombrar solo algunos, que reforzaron un sentido de pertenencia distinto al peninsular, basado en la legitimidad que confiere la identificación con un territorio idealizado, cuna de grandes y heroicas civilizaciones, tierra escogida por la Virgen, que en su acepción de Guadalupe-Tonanzin se apareció al indio Juan Diego, mostrando que no hizo igual prodigio con ninguna otra nación, y cuna de ideas de emancipación y de justicia; que al consumarse la Independencia permitió tejer en lengua española un discurso que, con sus hitos identitarios y una memoria histórica común, construyera una idea de Patria. Es decir, que proveyera un sentido y un rumbo compartido a una embrionaria ‘nación’, conformada por grupos étnicos, culturales, regionales y lingüísticos tan diversos que sus múltiples idiomas no dialogaban entre sí, y que posibilitara la edificación del proyecto de integración territorial, social, económica y política del país que a la postre sería llamado ‘México’, al igual que la gran ciudad lacustre fundada en el Anáhuac por los mexicas conquistados.
Consumada la Independencia, las incipientes ideas nacionalistas se rearticularon en torno a la noción ilustrada de ‘progreso’: indígenas y grupos marginados, rurales y urbanos comenzaron a ser vistos como un obstáculo para la unidad y el avance de la nación emergente. La discusión en torno al término ‘indio’ refleja claramente la contradicción que subsistiría durante el siglo XIX y, con diferentes matices, hasta el último tercio del XX: mientras se rescataba el glorioso pasado indígena y se le exhibía con orgullo —el general Guadalupe Victoria, primer presidente mexicano, con el impulso de Lucas Alamán, funda por ello el Museo Nacional en 1825—, los indios vivos se desdibujan, a grado tal que, por ejemplo, en el Congreso Constituyente de 1823 el término ‘indio’ es eliminado y únicamente se habla de mexicanos. Así, en aras de edificar una nación unificada y moderna, la mayor parte de los liberales y los conservadores del siglo XIX coincidían en que era indispensable integrar a los antes llamados ‘indios’, para transformarlos en ciudadanos, indiferenciados e iguales ante la Ley.
Mientras dicha contradicción seguía en boga, durante el imperio de Maximiliano, en 1865, el Museo Nacional fue reabierto, en su sede de Moneda número 13; los Anales y el Boletín del Museo daban a conocer las investigaciones sobre el pasado de las grandes civilizaciones que florecieron en nuestro territorio y se difundieron por el mundo las primeras ediciones críticas de obras esenciales del Virreinato. Con el triunfo liberal en la guerra de Reforma, la museografía se renovó y se incorporaron al Museo aspectos etnográficos y culturales. En 1910 abrió sus puertas la Escuela Internacional de Arqueología y Etnología Americanas —enfocada en antropología física, lenguas indígenas, arqueología, historia antigua de México y códices—, cuyos fundadores fueron nada menos que los eminentes antropólogos Eduard Seler y Franz Boas, entre otros, y uno de sus primeros alumnos, más tarde director de la escuela, el mexicano Manuel Gamio.
En los años 20 y 30, el proyecto de nación resultante de la intensa contienda armada, ideológica y política, basado en la idea de progreso y en la asimilación de indios y marginados, se volvió inaplazable y materializó la acción del Estado en sanidad, educación, castellanización y alfabetización, que tuvo un impulso particular en 1921, con la creación de la Secretaría de Educación Pública, a cuya cabeza estuvo José Vasconcelos.
Con nuevas ansias de igualdad y de futuro, desde la SEP se impulsó el nacionalismo identitario, con el mestizo como el auténtico representante de la mexicanidad, mirado ahora como ‘raza de bronce’, y una política de incorporación total de los indios, vía la castellanización y la renuncia a sus especificidades culturales, lo que se lograría mediante la alfabetización, las comunicaciones, la salud pública y la inversión productiva, programa que en 1948 dio lugar a la fundación del Instituto Nacional Indigenista, que tiene su antecedente en el Departamento de Asuntos Indígenas, establecido por Lázaro Cárdenas.
El INAH nació como dependencia de la SEP y así continúo hasta 1988, cuando fue integrado al Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, entidad desconcentrada de la SEP que encabezó instituciones y políticas culturales, y a finales de 2015, una vez creada la Secretaría de Cultura, quedó dentro de este sector.
Decisiva para impulsar la investigación y la conservación del patrimonio y para formar nuevos cuadros, fue la ley que dio fundamento jurídico al Instituto. Además, estableció la importancia de la divulgación de los conocimientos generados en las investigaciones y en las excavaciones arqueológicas: el patrimonio debía ser puesto al servicio de la ciudadanía de manera clara y atractiva en publicaciones, museos y en las propias zonas arqueológicas. Esa tarea de divulgación favorecería el aprecio por el patrimonio, garantía inmejorable para su conservación.
Resulta imposible comprender al INAH sin reconocer el papel crucial que, desde principios del siglo XX, tuvieron la antropología y el patrimonio cultural en el país. Antropólogos como Manuel Gamio —uno de sus pioneros, padre de la antropología científica moderna— y arqueólogos como Alfonso Caso, fundador y primer director del Instituto, fincaron los pilares intelectuales del México posrevolucionario en una identidad nacional derivada de la trayectoria histórica, materializada en el patrimonio arqueológico, virreinal y moderno —argamasa que cohesionaría a un país que emergía de una cruenta guerra civil—, y cuya continuación sería el progreso constante y el mejoramiento de las condiciones de vida de los mexicanos.
Los primeros antropólogos entendieron que su encomienda era estudiar la realidad nacional en las estaciones de su historia y en su dilatada geografía, y que el Estado precisaba de la ciencia antropológica para conocer a la sociedad mexicana y sus particularidades, y poder articular así la totalidad social alrededor del nuevo proyecto progresista de nación.
Aunque, por supuesto, hubo intelectuales que cuestionaron la política integracionista del Estado, fue hasta los años 60, particularmente tras el movimiento estudiantil del 68 y la ruptura de las clases medias ilustradas con el Estado autoritario, que un conjunto de antropólogos, varios de ellos egresados o profesores de la ENAH, criticaron acremente el indigenismo integracionista y pugnaron por el reconocimiento de la pluriculturalidad de México y el derecho de las comunidades a existir. De ahí surgió una pléyade de antropólogos mexicanos y latinoamericanos, que abogaron por la autonomía de los pueblos y culturas indígenas de América, entre ellos Guillermo Bonfil Batalla, director general del INAH entre 1972 y 1976, quien consideraba que la investigación etnológica estaba ligada íntimamente a la transformación de la realidad social y al control cultural de las comunidades originarias y los grupos populares, que representaban ese México profundo que estaba emergiendo, exigiendo respeto y reconocimiento y abogando por una política verdaderamente intercultural y pluriétnica.
El INAH fue fundado en el periodo cardenista, momento en que se concretaron las grandes reformas sociales a las que dio lugar la Revolución mexicana, con el encargo de nutrir la ideología nacionalista revolucionaria del nuevo régimen, aportando las claves que abonaran a reforzar la identidad, la narrativa y el reconocimiento histórico de una nación que reclamaba su lugar en el horizonte de la modernidad. Un cuarto de siglo después, el discurso histórico y simbólico que el INAH se encargó de sustentar encontraría su magna concreción escenográfica en el Museo Nacional de Antropología de Chapultepec; uno de los máximos orgullos del México del siglo XX, que ahora celebra sus 55 años de existencia.
Apenas cumplía el INAH sus primeros 50 años, en 1989, cuando el ámbito de su quehacer habría de cambiar de manera sensible. La urss desaparecía, el muro de Berlín se venía abajo y el bloque soviético se desintegraba. La llamada guerra fría llegaba a su fin y Alemania comenzaba su reunificación, bajo la égida de la antigua otan. Entretanto, el proyecto de la Revolución mexicana quedaba prácticamente muerto y enterrado, luego del fraude electoral de 1988 y la entronización de una tecnocracia emergente de cuño neoliberal y evidente vocación privatizadora.
Los discursos de la igualdad, la justicia social y el Estado de bienestar perdían prestigio en el mundo occidental, al tiempo que se fortalecían las perspectivas neoliberales, con sus ideas de Estado mínimo, utilitarismo a ultranza, individualismo posesivo, e idolatría del mercado, como factótum del desarrollo y la productividad.
Por otra parte, el empeño de construir una nación culturalmente homogénea se topó con la creciente y multiforme resistencia indígena, que obligó a reconocer, en la propia Constitución, la composición pluricultural de la nación mexicana, “sustentada originalmente en sus pueblos indígenas”, primero en el artículo 4º, y desde 2001 en el artículo 2º de nuestra carta magna. El alzamiento del EZLN en Chiapas, en 1994, marcaba el inicio del nunca más un México sin sus pueblos indígenas, de la necesidad de darle voz a los sin voz, del reconocimiento de la tarea impostergable de incluir las diferencias en un nuevo proyecto nacional y de hacerse cargo de las terribles desigualdades sociales que desgarran y confrontan gravemente al país.
A partir de entonces, ya no se trataba para el INAH de coadyuvar a la construcción de ‘la’ identidad de la nación, sino de contribuir a documentar, esclarecer y ponderar sus múltiples identidades, acreditando la diversidad de las culturas, las lenguas, las historias y los universos culturales de ese mosaico heterogéneo que es México. Ello vino a cambiar el papel y la relación del INAH con el Estado, la sociedad y los muchos Méxicos que somos, particularmente con sus pueblos indígenas, sus poblaciones afrodescendientes, sus sociedades rurales y sus grupos subalternos.
La conmemoración que ahora celebra el INAH representa para los estudiosos de la antropología y la historia algo más que una efeméride, pues implica el reconocimiento del enorme legado intelectual que ha producido el Instituto en estos 80 años de investigación de las realidades nacionales, en su dimensión diacrónica y sincrónica. Ocho décadas de trabajo sistemático, de pensamiento crítico, de discusión fraternal y de trabajo colectivo.
Muchas han sido las aportaciones del INAH a la nación y al mundo: desde la conservación del patrimonio arqueológico, histórico y paleontológico, que nos enorgullece a todos, y su respectiva valoración y protección jurídica, pasando por el reconocimiento y difusión de la pluralidad cultural, hasta la búsqueda de modalidades más igualitarias de articulación y vida social.
Una característica de nuestra institución es que la investigación siempre se pensó en términos prácticos, potencialmente aplicables al cambio sociocultural, y ha estado sustentada en el trabajo de campo, con abordaje multidisciplinario; quizá por ello sus aportaciones académicas han sido altamente significativas.
Entre estas múltiples contribuciones, de las que en aras de la brevedad apenas nombraré algunas, entre las que se cuenta la historia oral como disciplina reconocida y las historias de vida como fuentes legítimas. El maestro Wigberto Jiménez Moreno, primer jefe del Departamento de Estudios Históricos, creó en 1959 el Archivo Sonoro, que incursionó en la historia oral mediante entrevistas a personajes de a pie, veteranos revolucionarios, exilados republicanos o médicos, quienes aportaron una visión fresca y novedosa de los hechos, alejada de la historia fincada en héroes y villanos.
En el campo lingüístico, gracias a la glotocronología lexicoestadística, gran aportación del maestro Morris Swadesh, se desarrolló el más completo mapa de lenguas indígenas mexicanas y americanas, que pudo completar Leonardo Manrique. La glotocronología creó toda una escuela de pensamiento lingüístico y semiótico en el ámbito global.
No menos relevante ha sido el concepto Mesoamérica —aportación de Paul Kirchhoff, quien también fue maestro de la ENAH, tal vez con el concurso del propio Wigberto— que, aunque cuestionado, sigue empleándose en el mundo entero, pues refiere a un área cultural con evidentes continuidades y conexiones, en su diversidad y maleabilidad.
En antropología física, han sido notables los avances en la recuperación, estudio, conservación y difusión del patrimonio osteológico, particularmente del prehispánico y virreinal; en la información que nos han brindado sobre el poblamiento temprano en nuestro territorio —fechamientos, características, alimentación, patologías—, así como de los problemas asociados al crecimiento y desarrollo de nuestras poblaciones: la investigación longitudinal del crecimiento infantil normal, dirigida por la maestra Johanna Faulhaber, entre 1957 y 1975, de cuyas mediciones fueron generadas las tablas de crecimiento para niñas y niños mexicanos, es ejemplo de esto último; corresponde también a los antropólogos físicos del INAH haber contribuido a la legitimación de las distintas perspectivas de género y la comprensión de las sexualidades alternativas.
Es indudable que, desde su fundación, la investigación arqueológica ha sido la piedra de toque del encargo institucional del INAH, desde que los hallazgos de Alfonso Caso, María Lombardo y su equipo, en la tumba 7 de Monte Albán, condujeran a la determinación judicial que otorgaba a la Federación la competencia en el cuidado y la administración del patrimonio arqueológico de la nación, lo que derivó en la fundación del INAH. Desde entonces, incesantes han sido los descubrimientos arqueológicos realizados por el INAH y sus investigadores, entre los que destacan el de la tumba de Pacal en Palenque, en 1952, a cargo de Alberto Ruz Lhuillier; y el de la Coyolxauhqui, en 1978, que dio lugar al Proyecto Templo Mayor, con Eduardo Matos Moctezuma y más tarde Leonardo López Luján a la cabeza, en el que se han formado y han participado decenas de especialistas, con importantes estudios en las entrañas de México Tenochtitlan.
En la vía de examinar quiénes somos y de dónde venimos, el Instituto ha contribuido a la comprensión de que la pluralidad cultural, constitutiva de la nación, y el reconocimiento del derecho de nuestras culturas originarias a existir y desarrollarse de manera autónoma no son solamente hechos de elemental justicia, sino que enriquecen a la humanidad entera.
Resultado de sus investigaciones en antropología, arqueología, etnohistoria, etnografía, lingüística, musicología, y de sus trabajos de conservación en campo, el INAH pronto comprendió el valor del patrimonio simbólico, constitutivo de la dimensión inmaterial del patrimonio cultural, en su intrínseca relación con el patrimonio cultural tangible, el natural y el biocultural. Por ello, en las últimas décadas el Instituto amplió su campo de acción y reorientó sus acciones institucionales, reivindicando la diversidad cultural y el patrimonio vivo, incluso antes de que lo hiciera la UNESCO, a la que aportó nuevas ideas y experiencias numerosas.
Por ello el INAH, como uno de los pilares de la actual Secretaría de Cultura, ha colaborado en el diseño de políticas nacionales que parten del reconocimiento de los derechos culturales, procuran la documentación y salvaguarda del patrimonio cultural inmaterial, y perfilan una nueva relación Estado-sociedad, sobre todo en lo que respecta a los pueblos indígenas y las poblaciones afrodescendientes.
Para estimular la investigación de alta calidad académica, desde 1985 se otorgan anualmente los Premios INAH, con sólida presencia en la comunidad académica nacional, que son considerados los reconocimientos más importantes en Arqueología, Antropología Física, Etnología y Antropología Social, Historia y Etnohistoria, Lingüística, Conservación del Patrimonio Arquitectónico y Urbanístico, Conservación del Patrimonio Mueble, y Museografía e Investigación de Museos. Y desde 1998 estimulamos la labor editorial sobre antropología, historia y temas afines con el Premio Antonio García Cubas.
Aunque, sin duda, nunca será poco o insignificante lo que se ha perdido en materia de bienes, valores o saberes del patrimonio cultural, la magna obra de conservación encabezada por el INAH en estas ocho décadas supera con creces la realizada en todo nuestro pasado como nación. El Instituto ha propuesto la emisión de declaratorias de zonas de monumentos históricos para proteger los cascos históricos de muchas poblaciones; ha resguardado, restaurado y defendido la integridad de bienes inmuebles y muebles bajo su cuidado legal; ha investigado, excavado y puesto en servicio público infinidad de zonas arqueológicas; ha rescatado archivos, documentado saberes y lenguas tradicionales; ha grabado sonidos, palabras, música y danzas; ha registrado y catalogado infinidad de piezas arqueológicas y virreinales; ha acompañado programas de desarrollo y obras de infraestructura, con rigurosos salvamentos arqueológicos, que han preservado el patrimonio y permitido recuperar valiosísima información histórica.
El INAH salvaguardó esos bienes, los puso al servicio de los estudiosos y de los mexicanos, ofreciendo propuestas de interpretación y de lectura para que podamos ‘significarlos’ en museos, salas introductorias de zonas arqueológicas, señalizaciones de sitios, plazas, libros, folletos o producciones audiovisuales.
Polisémico, dinámico y cambiante, el término ‘patrimonio cultural’ —cuyo antecedente podría ser el de ‘bienes de valor cultural relevante’—, aunque se generaliza después del surgimiento del INAH, es sin duda el concepto que de mejor manera engloba la misión intelectual y el encargo social del Instituto, que se ocupa de su estudio, comprensión, análisis, recuperación, cuidado, divulgación, gestión y disfrute social. Muchas de las experiencias, reflexiones y deliberaciones al respecto se encuentran plasmadas en foros, cartas, ensayos y convenciones internacionales.
El trabajo de campo y gabinete ha ampliado el término patrimonio y enriquecido el elenco de piezas merecedoras de conservación o restauración, incluyendo bienes que no son obras de arte o monumentos históricos, que no responden a las categorías tradicionales, pero que tienen un valor identitario para las comunidades.
El INAH ha generado técnicas y metodologías específicas de investigación en materias tan especializadas como el salvamento arqueológico o la arqueología subacuática. Ejemplo de lo anterior es el proyecto Hoyo Negro, en Tulum, en que se localizó un esqueleto femenino, que resulta crucial para entender el poblamiento temprano de América, pues data de hace 13,000 años, y que se asocia con la presencia de fauna del Pleistoceno.
El rico patrimonio paleontológico del país cuenta con plena protección legal desde que un decreto presidencial, emitido en 1986, reformó la Ley Orgánica del INAH y lo incluyó entre sus atribuciones. Fruto de lo que desde entonces se ha trabajado en la protección, investigación y difusión de restos fósiles, en 2018 fue abierta al público la primera zona paleontológica del país, en Rincón Colorado, Coahuila.
Otra aportación del INAH ha sido la política de conservación con sentido social —impulsada inicialmente por Manuel del Castillo Negrete y Paul Coremans—, que generó una teoría y una metodología de la restauración “mexicanas”, acordes con las especificidades de nuestros bienes culturales. En éste como en otros campos, se favoreció el abordaje interdisciplinario y el involucramiento comunitario en la toma de decisiones sobre la conservación preventiva y la restauración de los bienes patrimoniales de las comunidades, sobre todo de aquellos que siguen representando espacios rituales y referentes simbólicos de la mayor centralidad para ellas.
El INAH ha transmitido sus saberes acumulados y ha contribuido a la formación de cuadros especializados gracias a sus escuelas, de manera que en la actualidad cuenta con cuatro planteles profesionales de excelencia, que han forjado numerosas generaciones de profesionales en las áreas de su competencia: la Escuela Nacional de Antropología e Historia —nueve de cuyos egresados han sido acreedores al Premio Nacional en la categoría de Ciencias Sociales y Humanidades—; la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía, fundamental en América Latina; y la Escuela de Antropología e Historia del Norte de México. Además, participa activamente en la Escuela de Conservación y Restauración de Occidente, que opera gracias a un convenio con la Secretaría de Cultura y el gobierno de Jalisco.
Las escuelas del INAH han protagonizado señeras discusiones en torno a los conceptos de patrimonio y diversidad cultural que, transformadas en políticas institucionales, anticiparon soluciones que impactarían la vida nacional; han nutrido de profesionistas al INAH, y éste a su vez ha ayudado a enriquecer la cátedra con la experiencia práctica de los proyectos que emprende día con día. Sus maestros y egresados han influido en el surgimiento de otros centros formativos de México y del mundo e iniciado “escuelas de pensamiento” con vocación comunitaria.
La ENAH antecedió al Instituto y formó a sus principales cuadros, mientras que la encrym fue el primer plantel del mundo en ofrecer una licenciatura de restauración en bienes muebles con reconocimiento oficial
La tarea de estar cerca de la sociedad en la comprensión del significado del patrimonio y de la identidad nacional, y de acompañarla en su desarrollo, puede hoy entenderse gracias a la labor de difusión y divulgación del Instituto, utilizando todos los medios y plataformas para ello.
Esta labor ha variado sustancialmente, sobre todo desde la segunda mitad del siglo XX, cuando gradualmente se abrió un horizonte de difusión que rebasó con mucho la destinada a pares académicos, de manera que el gran público se colocó en primera fila. El INAH ha enfrentado con determinación los retos contemporáneos de la difusión; pero sin duda, la inauguración del Museo Nacional de Historia en el Castillo de Chapultepec, en 1944; del Museo Nacional de Antropología y del Museo Nacional del Virreinato, en 1964; del Museo Nacional de las Culturas, en 1965, y del Museo Nacional de las Intervenciones, en 1981, constituyeron hitos decisivos en dicha irrupción.
Cuando llegó la época de transición entre las revistas científicas y las de tiraje masivo, y la televisión llevó la imagen del INAH al gran público, la institución se constituyó en cierta medida en vanguardia, con sus propuestas televisivas y de radio; con el soporte de la red para la transmisión radial de la palabra, con la edición de libros —más de 3,300 hasta hoy—, y una veintena de revistas, muchas especializadas y otras de divulgación, así como guías, trípticos y folletos, impresos y digitales.
Desde la última década del siglo pasado, la Fototeca Nacional introdujo innovaciones en lo que hace a la conservación, digitalización y catalogación del patrimonio fotográfico, en el empleo de nuevas tecnologías y en la valoración de la fotografía y el patrimonio digital.
El INAH, consciente de los cambios tecnológicos en boga, se adelantó también al lanzar su página web, una de las primeras y más robustas en México, al editar libros en CD y en plataformas digitales, y al crear aplicaciones tecnológicas para sus museos, entrando de lleno en las tecnologías de punta. La institución instrumentó recientemente un ambicioso y sólido proyecto digital de vanguardia: la Mediateca, repositorio digital con más de 500,000 objetos (fotografías, videos, sonidos, textos, artículos) ingestados hasta ahora e interrelacionados entre sí.
De entre las múltiples aportaciones bibliográficas del Instituto, cuyo fondo supera con mucho los 3,000 títulos, tan solo mencionaremos las del Programa Nacional Etnografía de las Regiones Indígenas de México en el Nuevo Milenio, proyecto colectivo e interdisciplinario único en América Latina y de gran trascendencia intelectual, mismo que inició en 1999, destinado a difundir los rostros actuales de los pueblos indígenas. Sus resultados han sido publicados como Atlas de las regiones indígenas de México, en 12 libros, claves para comprender la pluriculturalidad actual del país, el último de los cuales, Las culturas indígenas de México, Atlas Nacional de Etnografía, compila más de un centenar de textos de 80 autores.
Pero el reto continúa: la revolución tecnológica de cuarta generación obliga al Instituto a estar atento a promover los cambios que se requieren en este momento de grandes transformaciones en el país y en el mundo.
La extensa red de museos del INAH, con sus áreas de servicios educativos y los enfoques pedagógicos que las sustentan, contribuye a la formación de millones de mexicanos y a la consolidación de la identidad nacional.
Los museos del INAH han sido cuna de importantes movimientos museológicos y museográficos, que impulsaron una nueva imagen internacional de México con exposiciones de primer nivel, que a su vez han traído al país lo mejor del mundo, gracias al esquema de reciprocidad. Sus museografías son mundialmente reconocidas, por su calidad y su constante innovación. Ejemplos de ello son la inclusión de culturas indígenas vivas en el discurso museográfico del Museo Nacional de Antropología, así como la incorporación, en este mismo recinto, de piezas de arte contemporáneo, en diálogo con la arqueología y la etnografía.
El impulso y creación de museos comunitarios sintetiza la profunda vocación social del INAH que persiste hasta nuestros días. Estos espacios, surgidos con la llamada ‘nueva museología’, buscan rebasar la tríada edificio-colección-públicos, con proyectos sustentados en la comunidad, en un territorio específico y en un patrimonio compartido y socialmente apropiado.
Por si todo lo anterior no bastara, el INAH ha entendido la investigación, conservación y difusión del patrimonio cultural como un motor del desarrollo regional, generando espacios atractivos para el turismo cultural, impulsando economías locales, ofreciendo trabajo temporal en zonas deprimidas y marginales, y promoviendo un vínculo de valoración de los vecinos con su patrimonio.
Reconocer las aportaciones del INAH no impide analizar críticamente su desempeño. A ocho décadas de fundado, la necesidad de innovación en muchas de sus áreas es innegable, así como resulta indispensable reflexionar sobre los significados de una labor reafirmada a lo largo del tiempo en varios ejes de la cultura nacional.
Como hemos dicho, el INAH desempeña simultáneamente varias funciones que rara vez coexisten en una dependencia: es un ente educativo, en cuyas escuelas laboran cientos de profesores y al que acuden miles de alumnos. Es una institución académica, que cuenta con centros de investigación y con laboratorios especializados. Es una autoridad y un organismo técnico y normativo para la protección y el cuidado del patrimonio arqueológico, histórico y paleontológico, que realiza inspecciones, asesorías, dictámenes, peritajes, que atiende denuncias y que aplica la ley en todo el territorio nacional. Y es una entidad que se ocupa de administrar una extensa red de museos, monumentos históricos y zonas arqueológicas, para ponerlos al servicio de la ciudadanía.
No existe un esquema administrativo del gobierno federal que se ajuste a todas estas funciones, razón por la cual dirigirlo es un reto complejo y apasionante. Ello obliga de manera permanente a una evaluación cuidadosa y ponderada, a un diálogo abierto con la comunidad y con la sociedad abierta, y a una reflexión crítica sobre su funcionamiento en el momento actual y en el futuro inmediato.
A partir de la Constitución, se configuraron ordenamientos jurídicos que definieron la política cultural del Estado, y también se crearon mecanismos para su aplicación. Destaca la Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos, de 1972, con sus reformas, cuyo papel ha sido medular, la que en conjunto con las demás leyes federales y reglamentos integran la estructura jurídica de protección del patrimonio cultural de la nación. La complementan legislaciones estatales, tratados y acuerdos internacionales en la materia. Ahora es preciso mantenerlas actualizadas y revisar que la legislación de otros sectores del gobierno no se contraponga con la preservación del patrimonio. Finalmente, es necesario lograr la formalización del Reglamento de la Ley Orgánica del INAH, cuya propuesta ya ha sido presentada a las instancias superiores, pues ello propiciaría la formalización de los mecanismos de organización colegiada y de la vida interna del Instituto.
En las últimas tres décadas, las responsabilidades y tareas del INAH se incrementaron considerablemente, en especial a partir de la reforma a la Ley Orgánica del INAH de 1985, cuando sus funciones aumentaron de cuatro a 21, lo cual se vio acrecentado por una concepción del patrimonio cultural cada vez más inclusiva y orgánica; por la necesidad constante de identificación y registro de sitios arqueológicos; por la apertura, operación y mantenimiento de nuevos museos y zonas arqueológicas; por la multiplicación de las tareas de atención y protección legal y técnica del patrimonio arqueológico e histórico; por la instauración de centros INAH en todos los estados de la República; por el crecimiento y catalogación de acervos y la expansión de los servicios de consulta en bibliotecas y archivos; por el intenso programa académico y la incesante publicación de investigaciones; por la creciente especialización en las materias de su competencia; por las obligaciones que conlleva la atención del patrimonio mundial en nuestro territorio; por la sorprendente cifra de visitantes nacionales y extranjeros en sus museos y zonas arqueológicas —en 2018 se atendieron más de 27 millones de visitantes; 66% más que en 1995—; por los imponderables que dependen tanto de los ritmos y características del desarrollo social y económico del país como de los fenómenos naturales; y por fortuna, por la emergencia de una sociedad cada vez más crítica, participativa y defensora de sus patrimonios e identidades.
Pese a la importancia del Instituto en la atención de los grandes y profundos retos que enfrenta el país; del crecimiento de la demanda que satisface, y de su impacto social, pues beneficia a todos los mexicanos, no hay proporción entre el incremento de sus responsabilidades, los presupuestos fiscales que recibe desde hace décadas, y los menguantes recursos humanos con que cuenta para cumplir a cabalidad sus encomiendas.
Encontrar mecanismos para resolver la insuficiencia de recursos para proporcionar mantenimiento a su inmensa infraestructura cultural; atender los rezagos, renovar pólizas por siniestros, y contar con la tecnología de punta; y alcanzar la regularización del personal que se requiere en las diversas modalidades de contratación, resulta fundamental para garantizar la salvaguarda del patrimonio mexicano y es condición sine qua non para abordar a cabalidad todos los demás retos que el INAH enfrenta.
Esos retos van desde buscar una distribución más equitativa a nivel nacional de la oferta cultural, hasta enfrentar los complejos dilemas que supone conciliar la preservación del patrimonio con el desarrollo urbano y la creación de infraestructura en el país, apostando por un desarrollo sustentable en lo ambiental, cultural y social; sembrar en comunidades una corresponsabilidad en la custodia de nuestra herencia cultural, cuando el patrimonio corre el riesgo de ser visto como simple espectáculo o mercancía; coadyuvar para que se concrete en la práctica el reconocimiento de los derechos estipulados legalmente en materia de diversidad y pluriculturalidad de la nación; redoblar esfuerzos para propiciar procesos de participación social de las poblaciones, desde una aproximación incluyente al patrimonio material, inmaterial y biocultural, reconociendo la integralidad que existe entre ellos y, sobre todo, avanzar en los consensos que posibiliten nuevas formas de articulación sociocultural entre todos: los tres órdenes de gobierno, organizaciones civiles, comunidades, pueblos indígenas, grupos culturales e instituciones privadas y públicas.
El INAH debe asumir que, en el momento presente, hay un giro en su encargo social y que debe renovarse; ser más resiliente, imaginativo, creativo y comprometido con los grandes problemas nacionales. Debemos hacer un balance del pasado y el presente del INAH para trazar e imaginar el futuro de esta gran institución académica y cultural, que está presente, y debe estarlo cada día más y con mayor contundencia, en los múltiples debates que han tenido lugar en México y en el mundo, en las dos primeras décadas del siglo XXI. Fortalecer su papel en la reconfiguración de la identidad nacional y de las identidades particulares, lingüísticas, étnicas, regionales, estatales, municipales, comunitarias, sexuales, y culturales en su sentido más amplio, para colaborar en la reconstrucción del tejido social, en un país con altos índices de violencia; para abonar en el combate a la corrupción, la inseguridad, la delincuencia, la impunidad y la indignante desigualdad, que desgarra y polariza la estructura social del país en múltiples regiones y ámbitos. En suma, para incidir en la mejora de nuestras condiciones de vida y en el enorme desafío de conducir a México hacia una modernidad propia, soberana, equitativa, incluyente y plural, que le permita ocupar el lugar que le corresponde en el concurso de las naciones y aportar al mundo el conjunto de sus profundos saberes, de su inmensa sensibilidad y de su abrumadora capacidad creativa.