Heredero de lo mejor del pensamiento ilustrado novohispano, el INAH tiene sus raíces en 1825, con la creación del Museo Nacional, cuyo propósito era resguardar las antigüedades que, al cobrar realce patrimonial, cimentaron la construcción de una historia nacional sobre la cual el recién nacido país edificó una identidad mexicana. En 1868, la República Liberal decretó que el patrimonio arqueológico, histórico y cultural pertenecía a la nación, pero sólo hasta 1896 se impulsó la primera legislación federal protectora de monumentos arqueológicos, pionera de la tradición jurídica del Estado mexicano en materia de patrimonio cultural.
En 1910 fue creada la Escuela Internacional de Arqueología y Etnología Americana de México, y como parte de los festejos del Centenario de la Independencia se inauguró el Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía. En 1916, Venustiano Carranza estipuló la protección jurídica de monumentos históricos y artísticos y poblaciones autóctonas, encomienda que el INAH asumió más tarde, y las exploraciones de Manuel Gamio en Teotihuacan plantearon un nuevo enfoque en el que antropología e historia, enlazadas con la arqueología, permitirían la comprensión del presente.
Este énfasis en el rescate y difusión del patrimonio cultural, que coincidía con el impulso del sistema educativo para promover entre los mexicanos una historia común que les otorgara identidad y sentido de pertenencia nacional, fue también parte de la génesis institucional materializada el 3 de febrero de 1939, cuando por mandato del presidente Cárdenas y decreto del Congreso de la Unión se fundó el Instituto Nacional de Antropología e Historia.
El Departamento de Monumentos Artísticos, Arqueológicos e Históricos, la instancia de la SEP que hasta ese momento cumplía las funciones en materia de Arqueología e Historia, integrado por las Direcciones de Monumentos Coloniales y Monumentos Prehispánicos, pasó a formar parte del INAH, que pronto fue una de nuestras principales instituciones académicas y científicas, con estructura y patrimonio propio, y con Alfonso Caso como primer director.
El INAH nació para conservar y restaurar monumentos arqueológicos e históricos, realizar la exploración de zonas arqueológicas del país, acercar a todo público el conocimiento de su memoria histórica y posibilitarle el goce y disfrute de la vasta riqueza cultural del país; la realización de investigaciones arqueológicas, antropológicas e históricas; la divulgación del patrimonio mediante la publicación de obras relacionadas con dichas materias, y con exposiciones y actividades que permitan el conocimiento de esa riqueza a todo público.
En la primera etapa del INAH se registraron hallazgos e intervenciones clave: en 1944 se inauguró en el Castillo de Chapultepec el Museo Nacional de Historia; en 1946 se integró la Escuela Nacional de Antropología, se firmaron convenios con los gobiernos de los estados para formar “institutos regionales mixtos”, primero en Puebla, más adelante en Veracruz, Yucatán y Jalisco, y en 1954 para reorganizar 17 museos en todo el país.
En 1952 se creó la Dirección de Prehistoria; el Departamento de Acción Educativa en 1953 y en 1954 la Dirección de Investigaciones Antropológicas; en 1956, los Departamentos de Promoción y Difusión, que más tarde serían de Publicaciones e Investigaciones Históricas. En los sesenta surgieron el moderno Museo Nacional de Antropología y el Museo Nacional del Virreinato en Tepotzotlán, Estado de México, y en la antigua Casa de Moneda del Centro Histórico capitalino se creó el Museo Nacional de las Culturas.
Desde 1958, el INAH pasó a depender de una subsecretaría de Educación. En 1961 surgió el Departamento de Catálogo y Restauración del Patrimonio Artístico y comenzó la unificación de criterios y normas de intervención. Entre 1962 y 1964, las exploraciones en Teotihuacan permitieron conocer mejor su desarrollo y se creó un museo de sitio.
En 1966, el Congreso de la Unión modificó la fracción XXV del artículo 73 de la Constitución, con objeto de establecer su facultad exclusiva “[…] para legislar sobre monumentos arqueológicos, artísticos e históricos, cuya conservación sea de interés social”. En 1970, la reforma, base para fortalecer un régimen jurídico de protección de los monumentos, se plasmó en la Ley Federal del Patrimonio Cultural de la Nación.
Este instrumento fue el primero que formuló explícitamente una noción amplia e integral del denominado patrimonio material, al incluir muebles e inmuebles: monumentos, manuscritos, colecciones científicas y técnicas, piezas, especímenes, museos, archivos oficiales y musicales, materiales audiovisuales, lugares típicos y pintorescos, de belleza natural y bienes de interés natural.
En 1966 se instaló en Churubusco el Departamento de Restauración del Patrimonio Cultural y comenzó la etapa de formación y actualización de especialistas con apoyo de la UNESCO, dando origen al Centro de Estudios para la Conservación de Bienes Culturales “Paul Coremans”, antecedente de la ENCRyM. En 1968 se creó e inició funciones la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía “Manuel del Castillo Negrete”.
Desde 1970 el INAH inició una desconcentración administrativa con la creación de centros regionales; además, se crearon cinco direcciones: Monumentos Históricos, Museos, Centros Regionales, Investigación Científica y una administrativa, así como los departamentos de Antropología Física y de Lingüística.
Aun cuando abrogó el ordenamiento pionero de 1970, la aprobación en 1972 de la Ley Federal de Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos mantuvo vigente su espíritu y ha posibilitado la conservación del patrimonio que hoy nos enorgullece a todos. Es de remarcar la adhesión de México a la Convención sobre la Protección del Patrimonio Mundial, Cultural y Natural, de la UNESCO, en noviembre de 1972, documento que sentó las bases para la cooperación de los Estados en defensa de sus patrimonios culturales.
En este recuento, no podríamos omitir que en 1976 se creó la Fototeca Nacional del INAH en Pachuca, con la compra del archivo Casasola.
En 1985 se reformó la Ley Orgánica del INAH para actualizar sus funciones, mismas que aumentaron de cuatro a 21; la reforma legislativa conservó las sustantivas del Instituto y agregó el patrimonio paleontológico y el intangible, aun sin usar esta nueva denominación.
En adelante, el Instituto tendría la facultad de proponer al Ejecutivo federal las declaratorias de zonas, monumentos arqueológicos e históricos y restos paleontológicos, así como acuerdos de coordinación a autoridades federales, estatales y municipales, e impulsar con el titular de Educación Pública consejos consultivos estatales para proteger y conservar el patrimonio.
En diciembre de 1988, por decreto presidencial, se estableció el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes como organismo coordinador del sector, y el INAH pasó a depender de él. Desde entonces, el concepto de patrimonio se amplió significativamente, y se han multiplicado las funciones, dimensiones, departamentos, actividades y acciones del INAH.
La expresión en cifras de lo anterior es que, en 1995, el INAH recibía 16 millones 380 mil visitantes, y hoy más de 27 millones; que en 1995 había 141 zonas arqueológicas abiertas al público y hoy hay 192; que en 1989 había 82 museos y hoy hay 160 (sumando los 125 bajo control de la Coordinación Nacional de Museos y las salas introductorias a zonas arqueológicas); que en 1991 teníamos nueve sitios declarados Patrimonio de la Humanidad y hoy son 35 (27 culturales, 6 naturales y 2 mixtos), y que antes atendíamos menos alumnos, publicábamos menos libros y revistas y teníamos menos proyectos de investigación que hoy. En 2015, con la conformación de la Secretaría de Cultura, el INAH pasó a depender de ésta.
La historia del INAH es larga y rica, apasionante y fundamental para la nación. Muchas son las generaciones de hombres y mujeres que han entregado su vida entera al estudio, conservación y difusión del pasado mexicano y de sus poblaciones vivas. La gente que ha construido el INAH: los trabajadores de base –investigadores, arquitectos y restauradores, y administrativos, técnicos y manuales; los de confianza –mandos medios y superiores y apoyo a confianza—; los eventuales, y todos cuantos han aportado sus saberes y experiencias al Instituto en estos ochenta años, constituyen el mayor y mejor activo del Instituto.
A la luz de sus inmensas responsabilidades, el INAH celebra su noble historia y su vocación, y honra los afanes de hombres y mujeres excepcionales para ampliar la investigación, conservación y difusión de nuestro patrimonio, engrandecer la memoria colectiva y reconocer y valorar nuestras identidades.